lunes, 26 de julio de 2010

La filología y las aulas

Fuera la luz es tan blanca que a penas se puede oír nada más que los chillidos fugaces de los pájaros que atraviesan el aire como proyectiles.

El aire es tan pesado que voy hasta aquel maldito lugar flotando como si mi ropa fuera un paracaídas.

No hacen falta ni delitos ni pecados: la cárcel es para todos. Qué sentido se le puede buscar a esta redención. Hay tantos pecados que ya han sido cometidos, que la humanidad ya nunca podrá salir del aula.

Nunca he visto unas persianas así. Las deben de haber fabricado para la ocasión. Quizás han crecido ellas solas desde el suelo para proteger al mundo exterior de las necedades que aquí nos hacen decir. Puede que sean grises, o a lo mejor es la luz que pasa a través la que hace el efecto de gris. Siempre encendemos la luz eléctrica. Sabemos de lo que pasa afuera gracias a Internet, en mitad de las penumbras.

En la hora, por fin, de la última clase, llega a adiestrarnos cada martes y jueves una monja violada, que delira durante dos horas entre visiones de Barbies semidesnudas, que deben de estar volando fuera junto con los pájaros. Todos los días nos manda diseñar, por parejas, algunos nuevos zapatitos o piezas de lencería para sus muñecas decapitadas, sin manos, de cintura móvil hacia adelante hacia atrás.

... Una de las conclusiones que consigo sacar en claro de todas estas sesiones de enclaustramiento forzado es que en los estudios sobre lengua y enseñanza está muy de moda recalcar la vertiente comunicativa e interactiva de todo: todo es acción y comunicación, como quien dice.

En Lingüística, concretamente, desde hace un par de décadas se ha puesto el acento en el aspecto accional de la lengua. Cuando decir es hacer (véase Austin y Searle), toda palabra cambia el mundo, ya sea mediante el efecto mariposa, o mediante el efecto bomba nuclear.

Es más que curioso que estas teorías estén en su total apogeo justo en un momento histórico en que como en ninguna otra época de que yo tenga constancia personalmente, se habla mucho y no se dice nada. Y mucho menos se hace nada, ni sobre el emisor, ni sobre el receptor.


El acto comunicativo se reduce las más de las veces a convencer al que escucha de que se está de acuerdo con él, con la finalidad de que no cause demasiados problemas y no entorpezca los planes del emisor. El diálogo se ha convertido quizás en algo exótico, excepcional y fugaz, por lo menos en los ambientes en que tanto se proclama. Este fenómeno puede ser entendido como una especie de bipolaridad, que, además, parece repetirse en muchas otras ocasiones en que el lenguaje es el protagonista. Desde tiempos de Orwell y hasta el presente, el mecanismo de llamar a las cosas por sus contrarios ha tenido el honor de convertirse en todo un clásico: véase la utilización de la palabra "paz" en las misiones de guerra, de "atención a la diversidad" en la concentración en las celdaulas, de "tolerancia" para referirse a la autorrepresión, o de "espíritu crítico" para hablar del hecho de repetir unos comportamientos políticamente correctos.

¿Castigo (infligido por otros) o penitencia (infligida por uno mismo)? ¿Cárcel o centro penitenciario?

"Aprender haciendo" es aprender todo lo que tendrás que hacer cuando ya hayas olvidado lo que tenías que hacer.

Lavado de conciencia: una vez que uno ya ha aprendido la penitencia, el otro ya no está en la obligación de infligir. Se es, por lo tanto, siempre buena gente.

¿Es el cese de un mal un bien?

En nuestras sociedades modernas la miseria es generalmente adiposa.

domingo, 25 de julio de 2010

Les Jeux betes et méchants

¿Pero quién ha dicho que la televisión no sirve para nada? Con un televisor se pueden hacer muchas cosas... Porque ¿qué es un televisor sino una cosa cuadrada?

Ah... sí... nos trae imágenes lejanas, como una bomba de ácido en nuestro cerebro. Y miramos, miramos. A veces también escuchamos, pero eso ya cuesta un poco más.

Pero, ¿por qué se supone que un televisor sirve únicamente para mirar y escuchar? Aún más, ¿por qué hacer únicamente las estupideces establecidas? ¿Por qué no llevar a cabo las nuestras propias? Lo que sí que es cierto y demostrable es la falta generalizada de imaginación, la costumbre inexistente de interaccionar desde nuestra exterioridad, nuestro mundo de fuera, en lugar de dejar que se exprese inpunemente el aparatus absurdus.

En definitiva, por una estupidez más lúdica, por una liberación de nuestra bilis... ¡muerte a la pantalla plana!

jueves, 22 de julio de 2010